A finales del año pasado se anunció la propuesta de nombres para las nuevas fragatas de la Armada, las F-110 llamadas a sustituir a las veteranas clase Santa María. Salvo sorpresa mayúscula, estos nombres se aprobarán y nuestros barcos los lucirán orgullosos por medio mundo durante las próximas décadas. En este artículo de la revista Ejércitos expliqué la importancia de la adquisición de su sonar, pero hoy voy a centrarme en esos nombres.
La Armada ha elegido nombres de marinos ilustres para sus futuros barcos, al igual que en las fragatas F-100 (Álvaro de Bazán, Almirante Juan de Borbón, Blas de Lezo, Méndez Núñez y Cristóbal Colón). En este caso, las leyendas navales elegidas han sido Bonifaz, Roger de Lauria, Menéndez de Avilés, Luis de Córdova y Barceló.
Como para muchos pueden resultar nombres desconocidos, voy a intentar arrojar algo de luz sobre el asunto. Creo que está más que justificado ya que, para ser considerados ahora a la misma altura de los Bazán, Lezo y demás, estos cinco hombres fueron auténticas leyendas de nuestra marina.
Hoy empezaremos por…
Ramón de Bonifaz
Para cristianizar al buque líder de la clase de sus modernísimos escoltas la Armada se ha remontado en el tiempo mucho más de lo que suele. Cuando Ramón de Bonifaz pisaba la cubierta de sus navíos, no solo no existía la Armada moderna (podemos establecer la creación de la marina como hoy la conocemos con las reformas de Patiño a principios del XVIII) sino que ni siquiera existía España.
Estamos hablando del siglo XIII, pues nuestro protagonista nació en 1196 y murió, en Burgos, a mediados del dicho siglo.
Entonces, ¿a quién servió Bonifaz?
Pues Ramón de Bonifaz es considerado el primer almirante de Castilla. El primer apunte que tenemos que hacer es referente a que, por aquellos tiempos, no existía una Armada permanente. Más bien, los reyes, cuando la necesitaban para sus campañas, reunían una flota integrada, en gran parte, por barcos mercantes armados para la ocasión.
Precisamente así es como nuestro protagonista adquirió su fama. El rey Fernando III el Santo, padre de Alfonso X el Sabio, al enterarse de la fama que tenía Bonifaz como hombre de mar (parece ser que, además de tener ya fama como hombre valeroso, estaba lejanamente emparentado con la reina), le ordenó preparar en los puertos vascos una flota para tomar Sevilla.
¿Sevilla? Pero si eso está tierra adentro.
Sí. Pero también está cruzada por el río que riega a toda Andalucía: el Guadalquivir. Río que desemboca en el Golfo de Cádiz y que, si se recorre en sentido inverso al que lo hacen sus aguas, permite llegar a la actual capital del sur de España. Si hoy en día pueden llegar cruceros hasta Sevilla, no nos debería extrañar que entonces los pequeños navíos que se empleaban pudieran remontar el Guadalquivir hasta plantarse en plena Torre del Oro. Sí, en la Torre del Oro, que ya existía, pues los almohades la habían terminado en 1221 como parte del entramado defensivo de la ciudad.
La toma de Sevilla
Pues Ramón de Bonifaz, en un par de años, consiguió reunir una flota respetable de unos trece barcos a los que se unieron cinco galeras construidas expresamente para la ocasión.
En verano de 1247 arribó a la desembocadura del Guadalquivir y se encontró no con una ni dos, sino tres flotas moras: las de Sevilla, Tánger y Ceuta. Terriblemente superado en número, Bonifaz decidió, aun así, atacar a la flota de Tánger. Cerca de Sanlúcar de Barrameda, la flota castellana derrotó a los tangerinos y Bonifaz, ni corto ni perezoso, ordenó poner proa hacia la flota de Ceuta, la siguiente más próxima. La moral alta por la victoria y la mejor maniobrabilidad de sus barcos le permitió obtener otra victoria. Y, como no hay dos sin tres, el de Burgos remató la faena venciendo a la flota de Sevilla. Casi nada.
Despejado el camino, la flota de Castilla se internó en el Guadalquivir. Durante el ascenso por el río apoyó el avance de la caballería liderada por el rey que conquistaba territorios árabes a su paso hacia Sevilla. El control del río les permitió, una vez cerca de la capital hispalense, cruzar a la otra margen para atacar Triana y, controlando el arrabal, evitar que los moros recibiesen refuerzos por esa vía.
A pesar de esta victoria, la flota seguía separada de Sevilla por un puente-barrera que unía Sevilla con Triana. Formado por enormes barcas amarradas con gruesas cadenas, impedía que Bonifaz apoyase al rey Fernando en el cerco a la ciudad. Y el rey no tenía tropas suficientes para hacerlo por su cuenta.
Tomada la determinación, Bonifaz mandó preparar a sus dos barcos más pesados para embestir el puente. Se les reforzó la proa y otras partes clave y, aprovechando un día de marea y viento favorable (elementos clave en la mar —y en los ríos— y más aun cuando la propulsión era a vela o remo), se lanzaron a toda velocidad contra la barrera.
Con el impacto del segundo barco, en el que viajaba Bonifaz, el puente se quebró permitiendo el paso de la flota. Los cristianos atacaron Sevilla, siendo rechazados, pero la maniobra permitió perfeccionar el cerco a la ciudad y unos meses después los moros, sin poder recibir refuerzos, rindieron la ciudad al rey Fernando.
Como curiosidad, este momento clave de la toma de Sevilla quedó reflejado en los escudos de Santander (y luego en el de Cantabria), Comillas, Laredo y Avilés, en los que se aprecia un barco rompiendo unas cadenas con la Torre del Oro al fondo.
El primer almirante
Con la campaña de Sevilla el rey castellano vio la necesidad de contar con una flota permanente y, como no podía ser de otra manera, encargó su organización al marino más capaz que tenía: Ramón de Bonifaz. La orden era levantar unas atarazanas (astilleros) para construir los barcos que conformaran su armada. También se limpió el río para permitir que los mercantes venidos de otros puntos pudieran acceder sin peligro a la ciudad.
En 1250 Fernando III nombró a Bonifaz almirante de Castilla.
El marino, tras una vida de servicios a la corona (fue, también, alcalde de Burgos y ocupó otros importantes puestos), pidió permiso para retirarse, fundó el monasterio de San Francisco en Burgos y murió allí en 1256.
La Armada ya honró al marino castellano nombrando a dos barcos en su honor: un cañonero a principios del siglo pasado y un patrullero que fue dado de baja en los 90.
¿Qué os ha parecido? ¿Conocíais al almirante Bonifaz? ¿Os parece merecedor del honor de que una barco con su nombre lidere nuestra nueva clase de escoltas?
¡Un saludo, dotación!
P.D.: he escrito un libro en el que cuento todos los secretos de la táctica naval moderna, porque de nada sirven las F110 si no sabemos cómo usarlas. Descúbrelo aquí.
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