Antes de empezar, vamos con lo que en mi jerga se conoce como un aviso a navegantes: voy a destripar el libro. [¿Os habéis fijado? Teniendo una palabra tan gráfica como «destripar» no entiendo cómo se ha puesto de moda spoiler.] Así que, si alguien no se lo ha leído, quizás no quiera enterarse del final por aquí. Yo, sin duda, recomiendo leerlo. Me encanta el universo Jack Ryan; daría un brazo por escribir como Clancy. Aunque, claro, yo os recomendaría empezar por el principio de la saga, la soberbia La caza del Octubre Rojo. Pero, poniéndome tiquismiquis, yo empezaría por orden cronológico, no el orden en el que están escritas, así que estaríamos hablando de Sin Remordimientos, que se va tan atrás que casi no aparece el prota.
Pero, como es habitual, me voy por las ramas. Todavía no os he dicho de qué libro estoy hablando, aunque alguno ya lo habrá adivinado. Se trata de Órdenes ejecutivas, publicado en 1996.
El libro recobra la trama inmediatamente después de uno de los finales más devastadores de la saga, sino el que más: la última escena de Deuda de Honor. Y, ojo, que voy a destriparlo por primera vez (y de qué manera): Jack Ryan, el protagonista, se acaba de convertir (merced a un piloto comercial kamikaze que se estrella contra el Capitolio) en presidente de los Estados Unidos —o Juntitos, como le gustaba decir a mi abuelo— de América.
Irán —los libros de Clancy están permanentemente de actualidad— cree que EE.UU. se encuentra en un momento de debilidad y decide aprovecharlo: asesina al presidente de Irak, invade el país y pone el punto de mira en Arabia Saudí. Pero, para evitar que el «Sheriff» se le eche encima, diseña un plan para paralizar al país más poderoso del mundo. Pretenden secuestrar a la hija pequeña de Ryan, hacen un intento contra la vida del propio presidente y, lo que nos interesa, realizan un ataque biológico sobre la población de EE.UU.
China y la India apoyan en secreto a Irán, causando una crisis en Taiwán y bloqueando la entrada al Golfo Pérsico con el grupo de combate del portaaviones indio. Pero vamos a lo que nos ha traído hasta aquí: la pandemia. En el libro, un médico al servicio de Irán es capaz de modificar una cepa de Ébola y hacer con ella lo que en inglés se denomina weaponizar, es decir, convertirla en un arma. El Ébola es muy distinto al Coronavirus, sobre todo la cepa que se usa en el libro, que tiene una elevadísima mortandad. No soy yo quién para explicar las diferencias entre una y otra, pero creo que podemos sacar algunas conclusiones interesantes del escenario que plantea Clancy.
El virus es «plantado» por varios agentes en distintas zonas de EE.UU., todas ellas grandes aglomeraciones de gente como convenciones y actos similares. Esto hace que, durante el corto periodo de incubación, el virus se extienda rápidamente por todo el país. Una de las características que buscaban los iraníes era precisamente que se contagiase fácilmente, para lo que el diseño estaba orientado a que se pudiese propagar por el mismo aire y que resistiese por sí solo en el ambiente.
Cuando la situación se hace evidente, el presidente Ryan decreta la ley marcial, algo parecido a nuestro estado de excepción, que sería el siguiente escalón al estado de alarma actualmente implementado. En España tenemos una tercera situación, el estado de sitio, asociado a situaciones prebélicas y que tiene la particularidad de otorgar ciertos poderes a la Administración militar. En concreto, Ryan prohíbe los desplazamientos. ¿Os suena?
Una de las consecuencias que más afectan al desarrollo del resto de la trama es que prácticamente todas las fuerzas armadas estadounidenses están potencialmente contagiadas. Se libran los barcos que se encontraban en la mar y un par de regimientos que están acantonados en Fort Irwin, un aislado campo de maniobras. Estos dos regimientos acorazados, junto con una brigada acorazada de la Guardia Nacional (sí, esta fuerza de reserva tiene tanques), son las fuerzas elegidas para ir hasta Arabia Saudí y contrarrestar el avance del ejército combinado irano-iraquí. En una situación que se puede encontrar en otros libros de Clancy (El oso y el dragón, por ejemplo), una fuerza muy inferior en número derrota a sus enemigos gracias a una tecnología muy superior y una doctrina exquisita muy bien aplicada. Aun así, no faltan las bajas. Y es que los iraníes tienen tres ¡cuerpos de ejército! Cada uno tiene, al menos, dos divisiones que, a su vez tienen, al menos, dos brigadas. Las fuerzas americanas suman, con suerte, una división.
Pero volvamos al virus otra vez. En Órdenes Ejecutivas, Cathy, la mujer de Jack que, como es lógico, ha tenido cierto protagonismo en otras novelas, se convierte en esencial. La doctora Ryan es cirujana, pero su formación genérica en el campo de la medicina le permite aconsejar a su marido en la brutal crisis que se desata. Principalmente, le recomienda dejarse guiar por los mejores expertos en el tema y le traduce los tecnicismos sanitarios a algo que cualquiera puede entender. También se da una pequeña crisis conyugal, ya que Cathy quiere seguir trabajando para ayudar a combatir el virus y su marido no quiere que lo haga por miedo a que se contagie.
¿Cómo se resuelve la mega-crisis sanitaria? Pues de una manera que también evoca a otros libros de Clancy, en este caso, a Pánico Nuclear (si quieres que te la destripe, mira la nota a pie de página*). Los malos querían que el virus se propagase por el aire, sin embargo, algo falla. A pesar de todos los test, cometen algún tipo de error y el virus, ni se propaga por el aire ni apenas sobrevive por su cuenta en el ambiente. Esto hace que la tasa de contagio sea infinitamente menor de la esperada. Eso sí, el virus es extremadamente letal y se estima que unas diez mil personas perderán la vida.
Ahora bien, ¿qué podemos aprender de esta crisis novelada? Hay una razón por la que solo unos diez mil norteamericanos (de una población de doscientos cincuenta millones) se contagian. Las restricciones de movimiento. El aislamiento. No solo las órdenes del presidente, sino que la población está tan aterrorizada que no sale de sus casas.
¿Veis por dónde voy?
En un país enorme, con dieciocho puntos de contagio iniciales, plagados de gente que ese mismo día viajó en aviones, trenes y autobuses a otros puntos del país, solo algo más de diez mil personas se contagian. Es una novela, pero podemos sacar una lección. Que el virus fuese tan letal y actuase tan rápido jugó a su favor. Causó pánico. Nosotros tenemos la suerte de que el coronavirus no es tan letal. Pero tenemos que concienciarnos de que la solución a este problema (y el problema no es solo el virus, sino la crisis económica que viene detrás) es tenerle miedo. Hay que temerlo. Hay que quedarse en casa como si el más mínimo contacto con otra persona nos pudiera matar. Es la única forma de pararlo.
Espero haber aportado mi granito de arena. De concienciación y de entretenimiento.
¡Un saludo, dotación!
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*En Pánico Nuclear, un grupo terrorista es capaz de plantar una bomba nuclear en el estadio en el que se juega la Superbowl, la final de la liga de fútbol americano. La bomba detona matando a la mayoría de los asistentes, pero un error hace que el proceso de fusión (o fisión, ahora mismo no me acuerdo) no se realice correctamente y se salvan muchísimas vidas, sobre todo, de las que se hubiesen cobrado los efectos secundarios.
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