«Si no salen, entraremos en el puerto y los destruiremos a cañonazos. Si es necesario, nos acercaremos lo suficiente para dar las estachas al muelle».
Las palabras del capitán de fragata Michael Barkai debieron impactar a los cinco comandantes de la flotilla de lanchas misileras que estaba a sus órdenes. Pero es que la ocasión lo merecía.
Corría el año de 1973 y Egipto y Siria habían atacado por sorpresa al joven Estado israelí. La marina, el patito feo de las IDF (Fuerzas de Defensa Israelíes), no estaba dispuesta a quedar en entredicho, e iba a poner en marcha el plan preestablecido en caso de sufrir un ataque. Es lo que tiene vivir amenazado; sueles estar preparado para lo peor.
Barkai y sus hombres estaban a punto de protagonizar el primer enfrentamiento de la historia entre lanchas lanzamisiles, algo que podría resultar obvio, teniendo en cuenta los barcos en los que iban. Pero se puede argumentar que el combate no lo ganaría la guerra de superficie (ASUW), sino la guerra electrónica (EW). Sabéis que suelo defender que hay muchas cosas, al menos, tan importantes como las que hacen ¡pum!, aunque estas suelan copar los análisis de temas militares. Por eso hemos hablado mucho de la guerra antisubmarina (ASW). No me resigno a que, como la única forma de medir la eficacia de muchas medidas EW es probarlas en combate contra el enemigo, se vean constantemente infravaloradas. Y por eso, hoy, vamos a hablar de la madre de todas las guerras que no hacen ¡pum!: la guerra electrónica.
Qué pasó antes
Para entender lo que les pasó a las lanchas israelíes, vamos a volver un poco atrás; no mucho, solo lo justo para entender el contexto.
Seis años antes, en 1967, la guerra de los Seis Días se saldó con una sorprendente (y rápida, aunque seguro que eso ya lo sabías) victoria israelí, en la que la marina apenas participó. Sin embargo, tres meses después, la rama húmeda y salada de las IDF se llevó un duro golpe. El destructor Eilat, su buque insignia, estaba patrullando en las inmedaciones del Sinaí cuando los vigías avistaron una luz intensa en las proximidades de Port Said (la entrada norte del Canal de Suez), a unas catorce millas. Tan solo un minuto después, un misil Styx hacía impacto contra el Eilat. Tres más lo siguieron, hundiendo el destructor, matando a 47 e hiriendo a otros 91.
La pérdida de su principal barco fue un duro golpe, pero había algo casi peor. La inteligencia israelí averiguó que el alcance del Styx llegaba a las 27 millas náuticas, más del doble del alcance de misil Gabriel que llevarían las lanchas misileras israelíes. Las quince millas de diferencia habrían hecho, en otra época, que los egipcios pudieran decidir cómo y cuándo tenía lugar el combate. Los israelíes necesitarían dar ¡treinta nudos! más que sus enemigos para cruzar ese hueco en nada menos que media hora. Media hora durante la que los otros les podían freír a misilazos. Pero no estamos en la época de Trafalgar e Israel no estaba dispuesta a rendirse.
El hombre en el que confió Israel fue el brillante oficial electrónico Herut Tsemach. Sin tener acceso a las entrañas del Styx, Tsemach tuvo que intentar adivinar la electrónica que los soviéticos le habían puesto al misil. El Styx es un misil dispara y olvida, es decir, que una vez en el aire, la unidad lanzadora no tiene que hacer nada. Esto significa que su sistema de guiado y adquisición de blancos estaba contenido en el propio misil. Una vez se decantó por un teórico diseño del misil enemigo, el israelí diseñó un sistema de contramedidas que transmitiría información en la misma frecuencia en la que trabajaba el misil y lo confundiría o, al menos, cegaría. Además, el electrónico propuso que su sistema se combinara con el lanzamiento de chaff, unas cargas de tiras de aluminio que, al esparcirse en el aire, debían provocar un blanco falso para los misiles.
El plan
Volvamos a 1973. En el CIC (Centro de Información para el Combate) de la Miznak, Barkai acababa de pronunciar su aguerrida arenga. La Gaash y la Hanit seguían a su barco, mientras que la Mivtach y la Reshef formaban una segunda columna, algo más rezagada. Las lanchas pertenecían a la clase Sa’ar.
Las Sa’ar tienen una historia curiosa, pues se construyeron en Francia y, para evitar que el embargo impidiera la entrega de las últimas de la serie, los israelíes «robaron» sus propios barcos en la Nochebuena de 1969. Las lanchas llegaron hasta Israel, pero tenían el problema de que estaban desarmadas. Así, en sus inicios, solo contaron con cañones de 40 mm y ametralladoras. Sin embargo, a principios de la década de 1970, recibieron montajes de 76 mm de Oto Melara y los misiles Gabriel (hasta seis) de los que ya hemos hablado. Los Gabriel tenían un alcance de doce millas náuticas y, a diferencia del Styx, tenían que ser guiados con un joystick desde la plataforma lanzadora hasta que hacían impacto. Es evidente que se trataba de barcos poderosamente armados, especialmente, teniendo en cuenta que solo tenían 45 metros de eslora y un desplazamiento de 250 toneladas. Llegaron a alcanzar los 40 nudos. Este tipo de embarcación, pequeña, rápida y poderosamente armada, había aparecido ya al otro lado del telón de acero, pero Israel fue el primero en incorporarlas en Occidente.
El plan consistía en desplazarse hacia el norte para encargarse del puerto sirio de Latakia. Otra media docena de lanchas iba al sur, al frente egipcio. La idea de Barkai era separarse hacia poniente para evitar los radares costeros sirios y acercarse desde el norte, donde los sirios no les esperarían. El capitán de fragata era perfectamente consciente de que se encontraba en desventaja y tenía que cruzar el gap, ese hueco entre la distancia a la que los sirios le podían disparar y la primera oportunidad que los suyos tendrían para contestar. No le quedaba otra que fiarse de los desarrollos de Tsemach que, hasta entonces, no habían sido probados en combate. Una vez los sirios hubiesen disparado sus misiles y ellos, supuestamente, los hubiesen evadido, se acercarían hasta poder lanzar los propios.
Merece la pena hacer un breve alto en el camino para un apunte: las Sa’ar no tenían ningún medio hardkill; es decir, no tenían forma cinética de enfrentar los misiles entrantes. Si bien contaban con un montaje de 76 mm, el mismo Oto Melara que seguimos usando en la Armada para, entre otras, esta tarea, las pequeñas lanchas no tenían ningún sensor con el que darle blancos aéreos al cañón. ¿Os acordáis de la importancia de las cosas que no hacen ¡pum!? Pues eso. Un arma sin sensor, no sirve de nada. En definitiva, Barkai y los suyos confiaban plenamente en el softkill, la muerte suave; es decir, todas aquellas medidas tomadas contra un misil entrante enfocadas a impedir que nos impacte, pero sin derribarlo por la fuerza. Nos da mucha más seguridad pensar en un misil propio, un sistema CIWS o, incluso, un montaje antiaéreo impactando contra el misil que se dirige a nosotros. Sin embargo, las medidas softkill son, todavía hoy, al menos tan importantes como las hardkill. Y, si no, que se lo digan al USS Mason. Si bien el muy repetido argumento de que los barcos de la Armada carecen de CIWS es muy válido (no tanto en las F100, con el ESSM), quizás sería más importante pensar en mejorar nuestros chaff, por ejemplo, con el Nulka. Pero es que el chaff no mola tanto como las cosas que hacen ¡pum!
Los eventos de la noche del 6 de octubre tuvieron el pistoletazo de salida con la detección de un contacto radar a bordo del buque insignia israelí. La formación se encontraba a unas 35 millas al suroeste de Latakia, es decir, aún posicionándose, cuando el barco de Barkai detectó un contacto navegando a alta velocidad hacia el puerto, sin luces. Los israelíes no tenían forma de saber qué barco era (sobre identificar contactos volveremos más adelante), así que, por si eran civiles, el jefe de la flotilla ordenó fuego de disuasión. Cuando el barco desconocido devolvió los disparos, quedó claro que no se trataba de pescadores locales. Además, el acercamiento les permitió, con un potente foco, identificar una lancha torpedera siria.
Era un blanco de poca importancia, así que se decidió no malgastar un misil con él; pero, al ser tan pequeño, escapó de los disparos de la columna de Barkai. Desgraciadamente para los sirios, un poco más allá (a estribor de la primera columna; es decir, más cerca de costa), la Reshef, a la cabeza de su fila, abrió fuego con el Oto Melara y neutralizó a la torpedera, que quedó a la deriva.
Podríamos pensar que el capitán de fragata Barkai estaría contento, pero el marino tenía que asumir que la lancha siria había dado la señal de alarma y su plan sorpresivo… bueno… había hecho lo que todo los planes: no aguantar el primer contacto con el enemigo. Cuatro embarcaciones israelíes cayeron a estribor y arrumbaron directamente a Latakia. La quinta, la Hanit, se quedó para rematar y hundir la lancha torpedera.
Tras el cambio de rumbo, la Reshef seguía siendo la más cercana a tierra y se había convertido en la más adelantada. Pronto, tuvo un contacto radar a quince millas. Resultó tratarse de un dragaminas sirio, en funciones de vigilancia. La Gaash, ansiosa, le lanzó un Gabriel al límite de su alcance, pero el dragaminas se alejaba y el misil cayó al agua sin alcanzarlo. Poco después, la propia Reshef lanzaba un Gabriel que, esta vez sí, hizo impacto. Un segundo misil de la misma lancha volvió a hacer blanco sobre el dragaminas de 560 toneladas que, a pesar de los dos misilazos, continuó a flote. La Hanit, tras encargarse de la torpedera, abrió fuego al cañón y con un tercer misil contra el dragaminas, mientras sus cuatro compañeras continuaban a levante. Los israelíes se habían cobrado sus primeras víctimas de la noche, pero no serían las últimas.
¡Misil! ¡Misil!
Mientras que disparaba su segundo misil de la noche, la Reshef obtuvo tres nuevos contactos radar, que resultaron ser una tipo Osa y dos tipo Komar, armadas con el poderoso —en comparación con el Gabriel— Styx. Al poco de tener contacto, los sirios abrieron fuego aprovechando su ventaja de alcance. Los israelíes seguían acercándose, pero aún lejos de la distancia a la que podían abrir fuego.
Los misiles sirios iban dirigidos a las dos lanchas israelíes más próximas: la Reshef y la Mivtach, que conformaban la que inicialmente había sido la segunda columna de la formación de Barkai. No conocemos los procedimientos internos de las fuerzas navales israelíes, pero el grito de ¡Misil! ¡Misil! debió resonar en las pequeñas lanchas, desencadenando una reacción que, por muy ensayada que estuviera, no se había hecho nunca antes. Y de la que dependían sus vidas.
Mientras unos operadores daban las órdenes de lanzamiento a los señuelos chaff, otros arrancaban el sistema de contramedidas de Tsemach. Pequeñas nubes de filamentos metálicos, casi invisibles al ojo descubierto, explotaron por encima de las lanchas israelíes creando enormes manchas en los radares. Mientras tanto, el equipo de guerra electrónica empezaba a hacer su magia. No tenemos datos para saber qué contramedidas había diseñado Tsemach, pero tenía, principalmente, dos opciones. La de fuerza bruta, que consiste en emitir una gran cantidad de energía electromagnética para cegar el radar del misil entrante. Esto es lo que se conoce como perturbación. Y la opción sutil: el engaño. Tipos de engaños hay muchos y no todos funcionan contra todos los radares. Por eso el trabajo de ingeniería inversa de Tsemach era vital. Uno de los engaños más comunes para radar de seguimiento es robar la puerta de distancia: los radares de seguimiento calculan dónde va a estar el blanco en su siguiente barrido, centrándose en ese pequeño recuadro del espacio. Si eres capaz de emitir una señal más grande que el eco que genera tu unidad dentro de ese recuadro, en el siguiente barrido la desplazas un poco, en el siguiente un poco más y así sucesivamente hasta que has alejado el misil del blanco real y lo tienes enganchado en el engaño, habrás esquivado el misil. Pero para eso Tsemach tenía que saber cómo funcionaba el Styx… y diseñar una contramedida eficaz; algo que no se había hecho nunca antes.
Por todo esto, es muy probable que, a bordo de la Reshef y la Mivtach, además de los gritos de ¡misil! ¡misil!, el lanzamiento de chaff de larga distancia, la activación de las contramedidas, las órdenes del comandante para cambiar de rumbo y el lanzamiento de un segundo chaff más cercano, se estuviera escuchando alguna oración murmurada.
Funcionó.
Los misiles sirios pasaron por encima de las lanchas israelíes o se fueron al agua antes de alcanzarlas. La guerra electrónica acababa de derrotar sus primeros misiles y el softkill se postulaba como una excelente medida defensiva.
Los israelíes, eufóricos ante el triunfo de sus medidas antimisil, se lanzaron a 40 nudos a por las tres embarcaciones sirias. Dos de ellas, agotada su munición, pusieron proa a Latakia con el rabo entre las piernas. Mientras tanto, la Mivtach no iba armada con misiles y la Reshef tuvo un cortocircuito que le impidió lanzar. Solo la Gaash y la Miznak, que venían por detrás, podían enfrentar a la Osa, que aprovechó para lanzar una salva de dos misiles más.
Las lanchas israelíes repitieron su reacciones de guerra electrónica para derrotar a los dos misiles entrantes y las dos lanchas que venían por detrás lanzaron sus Gabriel contra las dos sirias que huían. Los más de cien kilos de cabeza explosiva fueron suficiente para destruir las lanchas clase Komar. Según cuentan, a la pregunta de Barkai sobre dónde estaban las lanchas sirias, uno de sus oficiales, simplemente, respondió: «hundidas». El marino israelí se estremeció; nunca se habría imaginado que desaparecerían del radar como en el simulador.
La Osa, la tercera de las sirias, se dio la vuelta y se dirigió a costa a máxima velocidad. Su comandante, ni corto ni perezoso, la varó en la playa más cercana. Pero no contó con la arenga del capitán de fragata Barkai. Fiel a sus palabras, el jefe de la flotilla israelí mandó a los otros cuatro barcos mantenerse fuera del alcance máximo de las baterías de costa sirias y se acercó a la Osa varada. A mil yardas de distancia, abrió fuego con sus tres montajes de 40 mm y, en pocos minutos, la Osa estaba ardiendo.
Cinco barcos enemigos destruidos. Ni una sola baja propia. La marina siria no volvió a salir de puerto en todo el conflicto. Y todo gracias a la guerra electrónica.
«Pega, pero escucha» — Temístocles
En la guerra del Yom Kippur, los israelíes fueron atacados por 50 misiles antibuque y sus contramedidas electromagnéticas evitaron todos los impactos. Por el contrario, de los 19 Styx lanzados entre 1967 y 1971, todos menos uno hicieron impacto. Y todavía solo hemos visto la utilidad de una parte de la guerra electrónica: el electronic attack (EA) o electronic countermeasures (ECM). Pero también hemos dejado intuir otra de las áreas: difícilmente podremos perturbar o engañar una emisión que no sabemos que está ahí.
Las acciones de electronic surveillance (ES) o electronic support measures (ESM) son las encargadas de detectar las emisiones electromagnéticas. Estos equipos, versión electrónica de unas orejas gigantes, se usan para «escuchar» las emisiones radar enemigas (o neutrales o de quién sea) y tienen la ventaja de que el enemigo no se da cuenta de que la estamos usando, ya que no emitimos nada. También tienen una segunda y fundamental ventaja: para que el enemigo me vea, sus ondas electromagnéticas tiene que venir, rebotar y volver. Sin embargo, para «escucharle» yo a él, solo tiene que venir. La conclusión lógica es que, por lo general, «escucharé» al enemigo antes de que él me vea en el radar.
Las ESM se suelen confundir con la inteligencia electrónica (ELINT), ya que los equipos usados son muy parecidos o, incluso, como en el caso de los barcos de la Armada española, los mismos. La diferencia es que las ESM tienen una aplicación práctica inmediata; son un recurso táctico, al que el comandante del barco le da uso en el momento de obtenerlas. Por su parte, la ELINT se hace pensando en darle un uso posterior: generalmente, conlleva técnicas de análisis más profundo, que es difícil hacer de forma inmediata, y su empleo es estratégico. La idea es obtener información sobre los equipos del enemigo para, en un futuro, usarlo en su contra. Por ejemplo, averiguar cómo emite el radar de un misil Styx para diseñar una contramedida efectiva. Siendo puristas, la ELINT es una subdivisión de la inteligencia de señales (SIGINT), que también incluye la inteligencia de comunicaciones (COMINT), cuyo equivalente táctico son las COMESM. Pero aquí nos centraremos en el radar.
El inconveniente de las ESM es que solo nos dan una dirección (no tengo forma de averiguar la distancia), pero, cruzando varias detecciones, desde unidades distintas (dos barcos, un helicóptero y un barco, etc.), puedo obtener una posición bastante fiable. Además, nos dan otra información muy valiosa. Los datos que los equipos ESM son capaces de registrar dan pistas muy buenas sobre qué es lo que tenemos delante. Por ejemplo, la frecuencia nos da una indicación de para qué se usa el radar que estamos viendo. Radares en frecuencias bajas, normalmente entre las bandas C y F, se suelen usar para hacer búsqueda a gran distancia, ya que las frecuencias más bajas suelen permitir alcances mayores, aunque reduciéndose la precisión. Por eso mismo, frecuencias más altas (I, J) suelen denotar radares de seguimiento o, incluso, los radares de los propios misiles.
Otro dato que nos da mucha información es la PRF o frecuencia de repetición de pulso. Ya que sabemos la velocidad a la que se propagan las ondas radar (la de la luz; 300000 km/s), sabemos el tiempo que una transmisión radar tarda en ir y volver hasta su máximo alcance, y en ese momento la antena tiene que estar lista para recibir, por lo que no puede estar transmitiendo. Así, el tiempo entre una transmisión y la siguiente nos da el alcance máximo. En los radares convencionales, la velocidad de giro de la antena también nos da información. Cuanto más rápido esté girando la antena, más refresca la información, pero también se ve reducido su alcance, por el mismo razonamiento anterior. Por eso, si tenemos una detección concreta y, en un momento dado, su velocidad de giro de antena aumenta, es muy posible que nos haya detectado y esté cambiando el modo de su radar para intentar mejorar la información que recibe de nosotros.
Hay otro parámetro que miden la mayoría de equipos de guerra electrónica y que nos ayuda a diferencia unos radares de otros. El ancho de pulso (PW), a pesar de lo que su nombre parece indicar, es una medida de tiempo. Para ser exactos, mide el tiempo que el radar está transmitiendo y, por tanto, en una gráfica en la que las abscisas representen el tiempo, cuanto más ancho sea el pulso, más tiempo está el radar transmitiendo cada pulso. Cuanto más ancho el pulso, más energía podemos emitir, pero tiene una desventaja importante: los contactos dentro de un mismo pulso se presentarán como uno solo… siempre que no se usen técnicas como la modulación de pulsos, pero eso ya es meternos en berenjenales (básicamente, se «codifica» el pulso para que, cuando vuelva, sepas en qué parte ha rebotado y así discriminas en distancia).
«Sé buen oidor y no gran hablador» — Cleóbulo
Es difícil encontrar ejemplos reales del uso de las ESM. Quizás, al estar muy relacionadas con la obtención de inteligencia, se custodian con más celo aún que las ECM. Pero podemos demostrar su importancia imaginando un escenario sencillo.
Supongamos que nos encontramos en una situación de conflicto armado. No se ha expandido ni afectado a otros países, pero nosotros y nuestro enemigo estamos en guerra. Su marina es, teóricamente, inferior a la nuestra, pero está usando una estrategia inteligente que empieza a hacer peligrar nuestra situación: en lugar de buscar un enfrentamiento naval o usar sus barcos para proteger sus bases, los ha desplegado en una campaña de acoso al tráfico mercante y pesquero. Apoyado por algún barco mercante todavía no identificado, que le suministra víveres, combustible y munición, lleva un mes provocando el caos entre nuestra flota mercante y nuestros pesqueros. La opinión pública española está escandalizada; harta de ver barcos civiles españoles ardiendo o hundidos, ya que el enemigo se preocupa de grabar todas sus acciones y colgarlas en Internet.
El grueso de nuestra Flota está empeñado en proteger nuestras costas y apoyar las acciones del Ejército de Tierra, pero ante esta situación, se decide destacar a una fragata con un helicóptero embarcado para cazar al corsario enemigo. El único problema es que los barcos mejor preparados se necesitan para misiones demandantes y la fragata que nos dejan para esto tiene algunas piezas repartidas entre otros barcos para que sus equipos estén operativos. Entre otros, nos hemos quedado sin equipo de guerra electrónica, tanto en el barco como en el aeronave.
El último avistamiento del corsario enemigo lo sitúa transitando no muy lejos de un caladero habitual de nuestra flota pesquera, con un rumbo y velocidad que lo harán estar allí en un par de días. No podemos permitirnos otra derrota, así que ponemos rumbo hacia allá a máxima velocidad.
Nuestros misiles de superficie tienen un alcance de más de setenta millas, superior a las cincuenta millas del enemigo, así que la idea es identificarlo cuanto antes y abrir fuego contra él desde una distancia stand-off (sin entrar dentro de su alcance). El único problema que tenemos es que el corsario está armado con misiles antiaéreos con treinta millas de alcance, por lo que tendremos que tener mucho cuidado con nuestro helicóptero. No solo por las vidas de los que van dentro, que ya es motivo más que suficiente por sí solo, sino porque nos han prohibido ponerlo en peligro; la situación de la Flotilla de Aeronaves es muy mala y no podemos perder ni un solo aparato. Así que tendremos que mantener al helicóptero por fuera de las treinta millas de cualquier contacto desconocido, no vaya a ser que sea el corsario y nos lo derribe.
A unas cien millas del caladero, lanzamos nuestro helo. Al poco de ganar altura, empieza a detectar contactos con el radar. La zona está plagada. El helicóptero lleva un equipo AIS (sistema de identificación automática, que los barcos de más de 300 toneladas están obligados a llevar), pero muchos de los contactos no parecen emitir. Los marinos saben que no es eso: los pesqueros, aunque estén obligados a llevar AIS, suelen transmitir con muy poca potencia, si por la altura y capacidad de sus equipos o por evitar que otros sepan dónde faenan, es difícil demostrarlo. El helicóptero, guiado desde el barco, comienza su patrulla, pero pronto se ve incapaz de continuar: sin saber qué contactos son los que tiene por la proa, no puede arriesgarse a acercarse. Cualquiera de ellos podría ser el corsario y sus misiles antiaéreos tienen muy mala leche. Auxiliados por el controlador, los pilotos tratan varias técnicas, entre las que se encuentra volar muy bajo y ascender durante unos segundos para intentar ver algo en el radar o con la potente cámara. Pero no es suficiente; solo son capaces de identificar a dos o tres pesqueros que faenan en la zona exterior del caladero. La niebla no ayuda y en una hora se hace de noche. A bordo de nuestra fragata, el comandante da la orden de volver. Sabe que es muy probable que el corsario esté entre los pesqueros, intentando camuflarse como uno de ellos para que se acerquen y pillarles desprevenidos. Él haría lo mismo.
Pero sus órdenes son claras: hay que destruir al corsario antes de que siga haciendo estragos. Desde Madrid llega una comunicación: un pesquero español cree haber visto al enemigo entre la niebla. El comandante aprieta los dientes: no le queda otra. Hay que entrar. La diferencia entre hacerlo con el barco y con el helicóptero es que aquel tiene capacidad de defenderse ante un ataque de misil, pero aun así no le hace ninguna gracia.
Cerca de dos horas después, la fragata española se mueve, sigilosa, entre la niebla. Han conseguido identificar a varios pesqueros, pero siguen teniendo media docena de contactos desconocidos. Cualquiera de ellos podría ser el enemigo. «A esta distancia combatían en tiempos de Trafalgar», piensa el comandante. «Ya no digamos en Jutlandia». Ha pensado en llamar por radio a los pesqueros para que se identifiquen, pero eso le daría demasiadas pistas al corsario. La única solución es intentar encontrarlo antes de que les encuentren a ellos. De noche, la única información que tienen es la del radar, que no indica más que la posición de los barcos que tienen alrededor, pero no qué tipo de barco es cada uno. La potente cámara infrarroja es muy útil, pero tampoco hace magia: los contactos que están cerca del horizonte se presentan como una mancha negra y solo a medida que se acercan se va delineando la silueta. El comandante estima la distancia de identificación entre seis y ocho millas.
—Este se empieza a ver, comandante —señala el oficial de acción táctica (TAO), el encargado de coordinar las armas y sensores del barco, en la pantalla.
—No parece un pesquero… —murmura el comandante.
—No, pero…
—No podemos estar seguros. Lo sé, Javi.
—¿Seguimos acercándonos?
—Sí.
De repente, un destello oscuro hace que la cámara tenga que enfocar.
—¡¿Qué ha sido eso?!
—¡CIC de puente! ¡Un pique por la amura de estribor! ¡Nos disparan!
—¡Fuego sobre el contacto en demora 350! —grita el comandante.
El oficial de armas, que ya lo estaba preparando, se pone a terminar de meter los datos en el programa de lanzamiento de misiles. Por muy poco, no está por dentro del alcance mínimo. Pero el lanzamiento de un misil no es algo para hacer en emergencia.
—¡Abrid fuego con el cañón! —ordena el comandante.
El suboficial que está sentado en la dirección de tiro no necesita que se lo digan dos veces. En pocos segundos, el barco tiembla tras el rugido del montaje principal. Pero una enorme sacudida interrumpe la primera salva.
—¡CIC de puente! ¡Hemos recibido un impacto! Parece que ha sido en la zona de popa. Lo están investigando.
Una ucronía
Un combate naval en el siglo XXI sin medidas de apoyo electromagnético es… un combate artillero, como los de la Primera Guerra Mundial, con un resultado incierto, con la certeza de que se sufrirán daños y que la suerte tendrá mucho que ver. Un enfrentamiento a un puñado de millas o varios miles de yardas cuando tenemos armas que alcanzan más allá de tres veces el horizonte. Absurdo, ¿no?
Pero el que hemos narrado no es el único resultado posible. Imaginemos, por un momento, que el enemigo sí contaba con un equipo de guerra electrónica. Su sistema detecta nuestras emisiones radar incluso antes de que salgamos por encima del horizonte. Necesitábamos llevar el radar aéreo puesto, por si nos tiraba un misil. El corsario tenía, por inteligencia (está hasta en Internet), la paramétrica de nuestro radar y, cuando obtiene contacto radar en esa demora, sabe que somos nosotros los que venimos. Tranquilamente, prepara un ataque coordinado de misiles. Es capaz de poner hasta ocho en el aire a la vez y, poniéndoles waypoints, es decir, puntos de paso, los prepara para que nos lleguen todos a la vez y desde demoras distintas.
Cuando nosotros vemos salir los rapidísimos contactos radar sabemos con certeza que es él, pero no tenemos tiempo para preparar un ataque tan coordinado como el suyo. Y menos mientras nos defendemos de ocho misiles con el mismo time on target (momento de impacto) que vienen de distintas demoras.
El resultado más probable es que nosotros suframos algún impacto y él sea capaz de defenderse de nuestro sencillo ataque de dos misiles sucesivos en la misma demora. Y todo porque nos identificó antes. Todo por la guerra electrónica.
Por último, supongamos que sí contábamos con equipos de guerra electrónica. Nada más salir, el helicóptero, además de detectar un montón de contactos radar, pone a escuchar sus orejas electrónicas. El espectro está cargado de radares de navegación trabajando en banda I, pero algo llama la atención del operador del helicóptero y los operadores de guerra electrónica del barco, que ven la misma información. Hay un radar emitiendo en una frecuencia algo más baja. Quizás en la banda G o H. Nuestra librería de detecciones nos da la solución: es el radar de superficie del corsario. Está claro que nos está buscando.
El helo, aprovechando su ventaja de velocidad, se mueve para posicionarse en una nueva demora y confirmar que la detección sigue sobre el mismo contacto radar. Para corroborarlo, se coteja su detección con la del barco, que la acaba de recibir en su propio equipo de guerra electrónica. El cruce es inequívoco: el corsario está ahí.
Ahora invierte la historia anterior: nosotros, tranquilamente, preparamos un ataque coordinado de misiles. Varios a la vez, desde distintas demoras. Identificarlo ha sido la clave. La guerra electrónica ha salvado el día.
No hay dos sin tres
Nos queda por tratar la tercera pata de la guerra electrónica: las medidas de protección o EPM, conocidas antiguamente como contra-contramedidas (ECCM) y, hoy, por defensa electrónica (ED). Como su nombre indica, son todas aquellas técnicas o acciones encaminadas a impedir o denegar el uso de las anteriores por el enemigo. Veremos las distintas posibilidades aplicándolas sobre nuestro caso supuesto.
Una de las más sencillas de entender es el control de las emisiones propias o EMCON. Si el corsario no hubiese encendido su radar de superficie y se hubiera limitado a buscarnos con el radar de navegación, probablemente nuestra fragata no hubiese sido capaz de distinguirlo del radar de los pesqueros y no lo hubiéramos identificado. Lo mismo ocurriría al revés: si nosotros hubiésemos contado con un equipo de guerra electrónica y nos fiásemos de él para detectar los misiles enemigos, podríamos haber apagado el radar aéreo, impidiendo que el corsario nos identificara. Por supuesto, si llevamos todo apagado, es imposible que nos coja, pero es obvio que esto tiene sus desventajas. Por eso hay que alcanzar un equilibrio. En agrupaciones hay muchas más posibilidades: podemos llevar unos barcos en activo y otros en pasivo, los barcos en silencio y solo las aeronaves transmitiendo o todos callados excepto uno o dos que, más cerca de la amenaza, nos avisarán si ven algo.
Aplicar agilidad a algunos de nuestros parámetros de emisión también puede dificultarle la tarea al enemigo. Si cambiamos la paramétrica de nuestro radar, es posible que le sea más difícil identificarlo o, incluso, seguirlo. También complica mucho las contramedidas, pues no sabrá en qué frecuencia intentar perturbarnos, por ejemplo. Tendrá que usar mucha potencia para cubrir un ancho de frecuencia grande.
Usar material absorbente también es una técnica de protección electromagnética. Si nuestro corsario hubiese sido un Zumwalt, su eco radar habría sido tan pequeño como el de un pesquero y eso nos habría complicado mucho la detección. Y no solo los materiales absorbentes; cualquier reducción de la superficie equivalente radar (la cantidad de rebote que mi barco genera a una onda radar) tendría el mismo efecto. Para eso sirven las líneas afinadas que vemos en los barcos modernos.
Gestionar la potencia es también una EPM; los radares LPI (baja probabilidad de interceptación) son su máxima expresión. Lo que hacen es emitir la misma potencia pero en un periodo de tiempo más largo, evitando que el pico de potencia alerte a los equipos de guerra electrónica enemigos. Si nuestro radar aéreo hubiese sido LPI, a lo mejor el corsario no nos habría identificado y el resultado del segundo escenario habría sido distinto.
Los filtros de los radares, aunque sean muy básicos, son medidas de protección, pues permiten evitar que algunas formas de perturbación o engaño sean efectivas. Se pueden filtrar grandes picos de potencia o ser capaces de presentar lo que se ve dentro de una mancha grande. Por ejemplo, los radares de navegación, en los que se ven los chubascos, son capaces de ver los contactos dentro de estos.
Y hasta aquí nuestro repaso a la guerra electrónica naval. Espero que te haya gustado y ya sabes que me tienes en redes sociales para cualquier duda. Por cierto, en inglés, a los operadores de guerra electrónica se les conoce como crows, es decir, cuervos, un nombre derivado del nombre en código raven (cuervo, también) de los equipos británicos que perturbaban las frecuencias enemigas durante la Batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial.
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¡Un saludo, dotación!
P.D.: la guerra electrónica afecta a todas las ramas de la guerra naval, incluso a la submarina. Descubre cómo en mi libro Táctica naval.
Bibliografía
Kucukozyigit, A. C. (2006): Electronic Warfare (EW) Historical Perspectives and its Relationship to Information Operations (IO)—Considerations for Turkey. Tesis, Naval Postgraduate School, Monterrey, California (EE.UU.).
Rabinovich, A. (2006): “Navy: We didn't know what kind of missiles they were”, Jerusalem Post. Disponible en https://www.jpost.com/Israel/Navy-We-didnt-know-what-kind-of-missiles-they-were [Consulta 9 de febrero de 2021].
Rabinovich, A. (2014): “From 'Futuristic Whimsy' to Naval Reality”, Naval History Magazine, 28(3). Disponible en https://www.usni.org/magazines/naval-history-magazine/2014/june/futuristic-whimsy-naval-reality [Consulta 9 de febrero de 2021].
SOPT (2009): Monografías del SOPT La Guerra electrónica en España. Madrid, Ministerio de Defensa.
Sundaram, G. (1976): “Materiales de guerra electrónica naval”, Internacional de Defensa, 2.
Weapons and Warfare (2018): “Battle of Latakia”. Weapons and Warfare, 9 de junio. Disponible en https://weaponsandwarfare.com/2018/06/09/battle-of-latakia/ [Consulta 9 de febrero de 2021].
Son fantásticos estos artículos en los que mezclas la enseñanza de como funcionan y se utilizan los distintos medios, con historia militar en la cual se han utilizado de manera real, mostrando sus resultados. Gran trabajo. Gracias Fede.
Que buen rato acabo de echar leyendo tu blog. Recuerdo en los ochenta al ALSEDO, y me gustaría que me confirmaras si fue nuestro primer buque EW. Un saludo
Un ejemplo más del por qué me encanta este blog. Felicidades.
No he podido buscar la noticia con el móvil, pero también en infodefensa, el 15 de diciembre, decían que había acuerdo con Indra para el mantenimiento de varios sistemas, entre ellos los SM-1 de las F-80.
Por otro lado, apasionante artículo, o sea como siempre.
Para no arriesgarme a publicar información clasificada, enlazo un par de artículos sobre el Meroka (https://blognaval.es/meroka/) y los misiles de las FFG (https://www.infodefensa.com/es/2020/12/02/noticia-armada-efectuara-trabajos-mantenimiento-garantizar-capacidades.html).